10 de octubre de 2020

Un mal vicio

Abro la cajetilla, saco un cigarrillo y lo atrapo entre los labios. Lo enciendo con determinación y doy la primera calada. El humo baja por mi garganta y me inunda los pulmones. Me siento en el sillón al que hace poco hemos cambiado la tapicería, no sé para qué, si en treinta años no se ha sentado nadie. Me reclino y fumo tranquila, sin prisa. Disfruto cada calada con amargura.

Me ha pedido el divorcio.

Después de cuarenta putos años y tres niños. Cuarenta años aguantando sus caprichos y su mal humor, sus manías y sus quehaceres. Cuarenta, que se dice pronto. Ha sido esta mañana, después del café, antes de irse a trabajar. Dice que no me quiere, que no le aporto nada. Según él, vivo como una reina sin dar golpe, se ha cansado de mantenerme. Claro, porque ser ama de casa no es un trabajo. 

Doy la última calada con rabia y enciendo otro. 

Se queda con la casa, también el coche. Dice que él lo ha ganado, que le pertenece. Le he preguntado adónde voy ahora. “Pues con alguno de tus hijos, que te quieren mucho”. Ha sido su contestación. “Que te jodan”, he soltado. Pero claro, ya lo hacen. Cada noche desde hace un año. Se llama Esperanza y trabaja con él. Están enamorados. O eso cree. Pretenden dejarme sin nada, que me vaya haciendo el menor ruido posible y les deje vivir. La llevan clara. Hace tiempo que lo planean, lo sé porque mi marido es más predecible que los guiris en verano. El muy zoquete se dejó el correo electrónico abierto. Un vistazo por encima y lo tuve cogido por los cojones, aunque él todavía lo ignora.

Me ve tan tonta que sólo me considera capaz de barrer, cuidar de sus nietos y tomar café. Nunca me presta atención ni le preocupa el gasto que haga, tiene tanto dinero que no lo controla. Una lástima, porque de haber hecho cualquiera de las anteriores se habría dado cuenta de que con su dinero me he comprado un piso en primera línea de playa, además de haber transferido parte del capital de nuestra cuenta conjunta a otra privada. Con él siempre ha sido igual, asentir y sonreír. Nadie sospecha de la inocente ama de casa. Nadie la supone digna de consideración.

Apuro el cigarrillo y lo apago en el sillón, quemándolo. Qué más da. Nunca me ha gustado. Es estos instantes Roberto debe estar llegando a la oficina. Encima de su mesa encontrará una bonita carpeta con los papeles del divorcio firmados y las fotos de su amante con otro hombre. En cuanto ha salido por la puerta he hecho dos llamadas. La primera al cerrajero, que llegará en unos minutos; la segunda a su secretaria, que ha dejado una nota dentro de la carpeta.


“Puedes quedarte esta noche con uno de tus hijos, aunque no te quieran tanto”.

 

4 comentarios:

  1. Oohh... Me parece increíble!! Que fuerza tiene el texto, he llegado a sentir cada emoción como si fuera propia. Que le den al sillón y que le den a los Robertos que hay por el mundo!! Un saludo de tu compi Yaiza del curso.

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  2. La idea intrinseca expuesta es brillante, las posibles opciones en el desarrollo del tema son infinitas, la claridad del argumento es mayúscula, pocas veces he tenido ocasión de leer un tema tan ameno, con la longitud justa, con la métrica adecuada, sin florituras.

    Ya lo dijo Quevedo:
    Lo bueno si breve dos veces bueno

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