No es un buen día. Óscar no piensa en otra cosa más que en su mujer, mas bien en su paradero. Se la está pegando. Lo sabe. Seguro que con ese compañero de trabajo con el que tantas horas pasa últimamente. Y él allí, en el maldito parque de atracciones con su hijo. Y claro, Elena ha decidido plantarlos sin avisar, seguro que para tirarse a ese hijo de p…
- Papá, ¿vamos a los columpios que ruedan solos? -Óscar mira a su hijo hastiado.
- Vamos -Casi sin mirarle agarra su mano y lo guía entre la muchedumbre.
Los columpios, justamente la atracción más lejana. Bufa para sí mismo y anda deprisa. Son las cuatro de la tarde y el sol cae a plomo, con una pesadez que nadie diría que ya es octubre. ¿Cómo habría sido su vida de no haber conocido a Elena? No tendría a Pepe, eso está claro. Pero, ¿tan malo sería? Él ni siquiera quería hijos, siempre soñó con una vida sin complicaciones, viajando, disfrutando de la vida sin más ataduras que la de la persona a la que amas. Jamás quiso una familia, los niños no entraban en sus planes. En los de Elena sí. Y ella se empeñó, e insistió, hasta que él cedió porque la amaba. Total, para qué. Le gustaría volver a ser libre, sin ataduras, empezar de cero una nueva vida en la que intentar ser feliz, al menos más que ahora.
- Pepe, por Dios, deja de estirarme la manita -Dice Óscar enfadado dándole un tirón a su hijo sin mirarle.
- Yo no soy Pepe -Para en seco y se gira asustado. Un niño pelirrojo le devuelve la mirada con una inquietante sonrisa, sus manos todavía entrelazadas.
- ¿¡Quién eres tú!? ¿¡Dónde está mi hijo!? -Suelta la mano del desconocido y corre entre la muchedumbre gritando por su hijo, parando a la gente- ¿Ha visto a un niño rubio, de ocho años, más o menos así de alto? -Lo describe desesperado a cada persona que pasa por su lado- Lleva una camiseta blanca de los Power Rangers y pantalón corto azul marino, por favor ¡POR FAVOR!
Con cada negativa, una losa más pesa en su interior. Su hijo, su único hijo. ¿Cómo es posible? No lo ha soltado, sentía su manita pegada a la suya, entrelazadas, es imposible. ¡IMPOSIBLE! Recorre el camino que Pepe y él han hecho, tiene que estar, debe aparecer, ¿y el otro niño? ¿Cómo se han cambiado sin darse cuenta? ¿De dónde ha salido? ¿Dónde están sus padres?
- ¡PEPE! ¡PEPE!
Con cada paso su voz aumenta de volumen, su desesperación se traduce en lágrimas incontrolables, y apenas puede hablarle al guardia para volver a describirle a su hijo y contarle lo que ha pasado. Decirle con voz temblorosa que está seguro de que no lo ha soltado, que sus manos no han dejado de tocarse en ningún momento. Obviamente lo ha soltado, piensa el guardia, pero activa el protocolo de búsqueda y hace un anuncio por megafonía para dar cuanto antes con el niño.
El tiempo va pasando, los llamamientos se hacen más frecuentes, los guardias comienzan la búsqueda por el parque y la angustia se hace insoportable. Óscar llama a Elena, no se lo coge. Una, dos, tres, hasta siete veces la vuelve a llamar, pero tampoco le responde. “¡ZORRA!”, piensa para sí, lanzando el teléfono al suelo con toda la fuerza que el rencor y el miedo le proporcionan. Rompe a llorar de nuevo, sin saber qué hacer, sin entender qué ha pasado, cómo ha pasado.
- Señor, hemos encontrado a un niño que concuerda con la descripción que nos ha dado -Óscar alza la mirada esperanzado, las mejillas empañadas por un llanto imposible de parar.
- ¿Dónde?
- En los columpios, pero debería… -Óscar arranca a correr en busca de su hijo- ¡Señor! ¡ESPERE! -No espera, sólo piensa en volver a tenerle entre sus brazos, en ver su carita.
Cuando lo pille piensa dejarle las cosas claras. Desaparecer dos horas sin decir nada, hacerle sufrir de aquella manera tan gratuita para acabar en los malditos columpios, desobedeciendo la primera norma que le han inculcado desde pequeño. Nunca, jamás, sueltes la mano de tus padres. Un tumulto de gente se arremolina en torno a la atracción, un guardia los mantiene a todos apartados. Óscar no entiende nada.
- Déjenme pasar, ¡QUE ME DEJEN PASAR! -Se va abriendo paso conforme puede- ¿Dónde está mi hijo? ¡Mi hijo!
Caras horrorizadas se giran a su paso. El corazón de Óscar se acelera, y poco le falta de tener un ataque cuando llega a la valla y lo ve. Sentado en una de las sillas de la atracción, semidesnudo, los ojos abiertos, el cabello revuelto. Una fina línea alrededor de su cuello y sangre empapando su cuerpo menudo. Sus rodillas fallan y cae al suelo sin hacer caso del golpe. Se sujeta a la valla y grita. Llora. Insulta. Deja salir su rabia. Se agarra el pecho y lucha por respirar, por no desfallecer.
Su hijo.
Su niño.
¿Quién…? ¿Por qué…? ¿Cómo…?
Una pequeña mano le toca el hombro. Óscar alza la mirada y ve al niño pelirrojo. Lleva unos pantalones azul marino y una camiseta de los Power Rangers. Su sonrisa se ensancha cuando se arrodilla a su lado y, con una voz tan serena como escalofriante, susurra.
- Ya eres libre, Óscar. Ni hijo, ni mujer.