Manos desconocidas recorren mi cuerpo. Busca mis labios y
enredamos nuestras lenguas en un beso húmedo. La música apenas me deja pensar,
pero esto no se piensa, se disfruta. El placer prohibido de acariciar la piel
de un desconocido, de sentir sus labios en el cuello, sus dientes atrapándome
tras un reguero de besos. Tengo la piel de gallina, estoy cachonda y sólo una
mirada me confirma que él también. Ni siquiera me acuerdo de su nombre, y poco
o nada sabemos el uno del otro. ¿Y qué? La conexión ha sido instantánea. Es
liberador disfrutar de una locura en plena noche veraniega. Su mano baja
lentamente por mi falda hasta que encuentra la piel de mi muslo. Suspiro ante
su tacto y le muerdo el labio con ganas. Un gesto de cabeza, casi
imperceptible, es todo lo que necesitamos. Sin soltarme la mano me guía por las
callejuelas hasta su hotel. En el ascensor me atrapa en una esquina. Su lengua
invade mi boca sin piedad. ¡Joder, como besa! Baja las manos hasta mi trasero, manoseándolo
entre apretones. Ambos debemos contenernos para no arrancarnos la ropa allí
mismo, aunque admito que el morbo de poder ser pillados me enciende todavía
más. Me coge a horcajadas sin despegar nuestros cuerpos, sin dejar de
acariciarme. Las puertas se abren, me deja en el suelo y corremos a la
habitación.
Con lentitud comedida me da la vuelta, apartándome el cabello. El
primer beso me hace estremecer, el segundo gemir y con el tercero me aferro a
su pelo para que no pare. Apoyo la cabeza en su pecho, exponiendo mi cuello,
dejándolo a su disposición. Los besos siguen, bajando hasta el hombro y
rehaciendo su camino. Con cada suspiro tengo más calor, más ansias, más
necesidad. Juguetea con sus labios por mi piel, que arde en deseos de seguir
siendo explorada. La tranquilidad con que baja la cremallera de mi vestido y se
entretiene para quitarlo me desquicia sobremanera, mi deseo se dispara,
ansiando tenerlo ya entre mis piernas. Yo no soy tan delicada con su ropa. Me
lanza sobre la cama y estampa su boca contra la mía. Nos convertimos en un
manojo de manos, piernas, gemidos y susurros. Busco su pecho y llego hasta el
vello que, descarado, asoma por la cinturilla de sus abultados calzoncillos.
Acaricio sus muslos, con los dientes le bajo la ropa interior hasta liberar su
erección. El gutural gemido que escapa de su pecho me pone todavía más cachonda.
Sin previo aviso, me empuja hacia arriba, reteniéndome los brazos por encima de
la cabeza. Se coloca sobre mí, está al mando. Baja su mano libre hasta la copa
del sujetador, liberando mis pechos. Gimo con el roce de su lengua en mi pezón,
con el doloroso placer de sus dientes jugueteando entre mi bulto rosado.
Mientras tanto su mano sigue bajando por mi estómago, la cintura, la cadera… Me
mira y sonríe pícaro, adentrándose en mi ropa interior, que espera desesperada
el roce de sus manos, el beso de sus labios, el vaivén de su lengua. Gimo con
cada giro, con cada dedo que se adentra en la humedad de mi piel. Quiere que
sufra, me estremezca, que suspire y disfrute. Le gusta el juego, y a mí me está
volviendo loca. Me dejo llevar. Baja mis braguitas y su lengua se apodera de mi
sexo. Con dedos seguros juguetea en mi interior. Sus labios recorren mi cuerpo,
su barba roza mi piel y su lengua es una experta en la materia. Me agarro a las
sábanas con fuerza, retorciéndome de gusto. Tiro de su cabello, buscando con
ímpetu el roce de sexos, mi sabor en sus labios. Ahora tomo yo el mando. Beso
su pecho, dejando un reguero de saliva en el camino hacia su erección, ansiosa
por conocerme. No defraudo. Sus suspiros de placer son un chute de adrenalina y
mis manos y cabeza se mueven con ímpetu, seguras. Con mimo, mi lengua recorre
cada centímetro de su piel eréctil. Me subo a horcajadas, apartándome el cabello
de la cara, y lo recibo con brusquedad. Le siento dentro. Grito de gozo y me
dejo perder con cada embestida. Con cada postura. Con cada roce y cada caricia.
Sus dedos saben cómo moverse, dónde insistir y cómo hacerlo, no es ningún
novato. Sonrío. Nos mezclamos entre gritos y gemidos, risas y ruegos. Disfrutamos
de la libertad y la lujuria, jugando, dándonoslo todo el uno al otro. Nos dejamos
llevar entre la pasión de nuestros cuerpos encendidos antes de caer rendidos,
cubiertos en sudor y algo más. Respiramos con dificultad, todavía envueltos en
el calentón del bar, en la magnífica sensación de haber disfrutado como nunca
con un completo desconocido. Apoyándose en su codo me observa en la penumbra. Se
muerde el labio, relamiéndose provocativo, sin apartar su mirada. Me besa con
pasión a la vez que vuelvo a estar húmeda, a la vez que siento su erección
revivir, a la vez que el deseo vuelve a atraparnos entre sus redes. Me guiña un
ojo antes de perderse entre mis piernas, con su lengua y sus manos haciendo
magia como nunca antes la han hecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario